El grupo de enloquecidos que propinó una colección bárbara de golpes a una vaquilla en las fiestas de Alhaurín el Grande nos transporta a los tiempos de la España negra, de la irracionalidad, la ignorancia y el salvajismo rampante. Este tipo de festejos necesita con urgencia un severo control.
Excepto en su final trágico poco tienen que ver estos dos animales. Uno, la ternera de Alhaurín, sacrificada por pura diversión por unos trogloditas sin sesera que, por si no tuviéramos suficientes problemas, nos han hecho ser de nuevo la vergüenza de Europa y han regalado al Alhaurín un estigma inmerecido que tardará en olvidarse. La otra, la vaquilla de Berlanga, fue el retrato de un país desgarrado por la Guerra Civil, el reflejo de la actitud popular en este conflicto y un símbolo antibelicista, lo contrario de la salvajada que hemos podido ver en el famoso vídeo estos días.
En todo este follón han realizado declaraciones varios organismos públicos sin aportar gran cosa, entre ellos el Ayuntamiento del pueblo. Su alcalde lamenta los hechos y suprime la suelta de vaquillas en las fiestas, aunque reconoce que lo prohíbe porque es un acto que se escapa al control público, vamos que no hay medios para evitar situaciones de este tipo. ¿Cuántos municipios habrá con el mismo problema y cuántas barbaridades similares tendremos que seguir viendo por falta de medidas preventivas? Si alguien quiere mantener este tipo de festejos deben ser fiscalizados sin miramientos.
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