PSOE y PP han votado a favor de la polémica becerrada de Algemesí el próximo septiembre
La poca destreza de los matadores de El Escorial multiplicó el sufrimiento del animal sacrificado el pasado 3 de agosto. - LUIS LLORCA
JAVIER RADA - El Escorial - 09/08/2008 18:16
Matar no es fácil. Lo sabe el matarife, el sheriff, el criminal de guerra y el espadachín. Matar cuesta. Lo dice el sádico, el fumigador, el pescador y el cazador. Es sencillamente algo complejo que requiere de dotes y conocimientos. ¿Sabrían esto los aprendices de torero de la becerrada de San Lorenzo del Escorial (Madrid) el pasado 3 de agosto? ¿Lo sabrá Michelito, el torero mexicano de diez años que esta semana ha desatado una polémica en Francia?
Tres becerros (toros de menos de dos años) sufrieron el mal matar, y enseñaron esta lección a más de cien personas. Fue la frase más repetida en la grada. 'Si ya les cuesta matar a los toreros', decía una mujer mayor. '¡A ver si lo matas a la primera!', gritó un joven mientras sujetaba un litro de vino. Ninguno de los tres matadores cumplió la expectativa. Había numerosos menores entre los espectadores, hasta bebés. Y todo a ritmo de paso doble, sonrisas y aplausos.
Cipotín, nombre artístico de uno de los mozos, está en el ruedo. Los banderilleros (Pollero y Carnicerito) han hecho su trabajo. El becerro sangra ostentosamente por una banderilla mal clavada en las costillas. Enfundado en vaqueros, Cipotín torea. Ha llegado hasta aquí por ganar una rifa de un euro. Y se acerca el momento difícil, esa acción que nos define como humanos o delfines: matar por placer. En la primera estocada toca hueso. A la segunda, sí, se clava en la carne, pero no muere. Tras cinco minutos de agonía, el becerro cae. Aún menea las patas, como la cucaracha al recibir el aliento del veneno, cuando le están rebanando la nuca.
Los ecologistas dicen que estos actos son ilegales, ya que vulneran el reglamento taurino de
El privilego de la queja
¿Tenía este becerro derecho a no sufrir? 'Históricamente, el predicado de la justicia no se ha aplicado a los animales no humanos, sólo entre agentes morales que sean capaces de quejarse y tener un sentido de lo justo', explica Pablo de Lora, profesor de Filosofía del Derecho. Es justicia de humanos.
El segundo matador, El Pelu, no tiene las cosas claras. Las banderillas se han clavado en el cuello del animal y en otro costado. El becerro, en un acto de rendición, baja la cabeza. El torero falla. Le da varias estocadas. Y nada. La espada se queda a medio clavar en el lomo. Deciden matarlo. El público grita: '¡Que lo mate él! ¡No tú, que se lo gane!'. Mientras dudan, el animal sigue sufriendo. Intentan rematarlo con un cuchillo. Lo clavan y nada. Resiste. ¡Tozudo! Finalmente un puntillazo acaba con esta extraña vida de los que mueren en la feria.
'Debemos preguntarnos qué ocurre con los pacientes morales', continua De Lora, 'con aquellos que no tienen un sentido de la justicia, como un becerro o un niño, o un discapacitado psíquico. Al infringirles un sufrimiento gratuito estamos cayendo en una opción moralmente execrable'.
Una opción quizás execrable pero apoyada por los políticos. El PP y el PSOE acaban de votar en el Ayuntamiento de Algemesí (Valencia) a favor de la polémica matanza de becerros que tendrá lugar en septiembre. Los ecologistas también siguen denunciando las becerradas de Vinuesa (Soria). Las tres, contando la de El Escorial, tienen en común que gente inexperta sacrifica animales.
El tercer torero tampoco acierta. Le clava media espada en el lomo. Deciden que expíe el pecado de nacer toro con un estoque de descabello. Hasta cinco impactos en el cuello. Un grito desgarrador, no audible por la música, le lleva al suelo. Parece que el paciente moral esta vez sí se quejó.
'Imaginad que en aras de la tradición una costumbre bárbara como cortar el clítoris se celebrase en la plaza Cibeles de Madrid. Una vez se planteó en el Parlamento alemán qué pasaría si se realizara una corrida en su país. La respuesta fue que serían todos detenidos. Lo mismo, en El Cairo. La compasión debe cultivarse', explica el filósofo Jesús Mosterín.
Morir ante el pan y circo del pasado. Ser torturado bajo el olor del bocadillo de tortilla de patatas. En Roma, a la plebe le salía gratis el espectáculo. En San Lorenzo del Escorial pagamos 12 euros.
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