Jorge Martín Nomen.
Cada año se abandonan millones de animales de compañía en el mundo entero, y España tiene el triste honor de encabezar la relación de países con el mayor número de abandonos de la Comunidad Europea, con una cifra que se estima en torno a los 200.000. Y decenas de miles de ellos mueren atropellados en nuestras calles y carreteras, ateridos de frío o deshidratados de calor; de inanición o carcomidos por espantosas enfermedades o, sencillamente, sacrificados por entes gubernamentales en cumplimiento de la Ley de turno, incluso en ocasiones gaseados y sufriendo una prolongada agonía…
¿Por qué les abandonamos? ¿Quizás porque carecemos de la cultura, educación, sensibilidad y respeto por la vida que otros países sí tienen? ¿Quizás porque nos puede nuestro espíritu consumista y meramente utilitario? ¿Quizás porque no nos importa lo más mínimo que se reproduzcan sin control? ¿Quizás porque un día nos levantamos y descubrimos que condicionan nuestra vida profundamente (paseos, veterinarios, alimentación, ruido, necesidad de jugar…)? Ya nos hemos aburrido de él y, desde luego, no pensamos sacrificar nuestras vidas –y menos las vacaciones- por su culpa…
Además de vivir en el país occidental con el mayor número de abandonos per cápita, nuestro índice de adopción fluctúa entre el 7% y el 9%, uno de los más bajos de la Unión Europea. Tal es así, que prácticamente la totalidad de los galgos que consiguen rescatar nuestros refugios terminan en casas de familias alemanas, inglesas, belgas, francesas… lejos de las zarpas de algunos cazadores desalmados, tan aficionados a abandonarlos -cuando no ahorcarlos- en el momento en que la munición se agota y los cotos cierran sus verjas.Tenemos la solución al alcance de nuestras manosEn nuestra calidad de individuos tenemos que hacer frente a nuestras responsabilidades. La llegada de un animal de compañía a la familia debe ser un acto madurado y muy meditado, porque son obsequios forrados de ilusión, cariño, compañerismo y fidelidad que sólo deben ser recibidos cuando nos reconozcamos en nuestras limitaciones y condicionantes y, conscientemente, asumamos que durante siete, diez o quince años seremos capaces de honrar sus necesidades y cuidarlos adecuadamente. Sólo si asumimos que seremos capaces de hacernos cargo de su cuidado, alimentación, educación y necesidades afectivas y de diversión, en cada momento de su vida, estaremos en condiciones de compartir nuestra vida con un animal de compañía.
Un paso más allá de los individuos están las empresas del sector. El mercado de los animales de compañía facturó 700 millones de euros en 2007, sobre una estimación de 20 millones de mascotas (5,5 millones de perros y 4 millones de gatos) pero, pueden contarse con los dedos de una mano el número de empresas que se preocuparon por retornar algo de lo que percibieron de este rentable negocio en el que cada familia se dejó 1.500 euros al año.Las decenas de miles de animales abandonados que aguardan una familia en nuestro país necesitan más comida, más productos veterinarios, mejores techos y más abrigo; necesitan comederos, bebederos y correas, y más voluntarios que les den un poco de cariño… Siempre más y mejor que lo que pueden ofrecerles con mucho esfuerzo, sacrificio y voluntad el casi medio millar de casas y centros de acogida, refugios y albergues que luchan a brazo partido por ellos en España.Las empresas del sector también tienen una responsabilidad en esta materia, una responsabilidad social que –salvo honrosas excepciones- tienen que comenzar a enfrentar desde ahora mismo y con generosidad, sumándose a los individuos, a la Administración y a las organizaciones de salvaguarda y protección animal para que entre todos podamos girar la llave de las puertas que permitirán que todo animal abandonado tenga un hogar.
La responsabilidad de la Administración
Bien sabido es que las iniciativas particulares (la nuestra entre cientos de ellas) han sido y son los motores del cambio que muy poco a poco se va operando en la sociedad española. Un cambio que pasa, fundamentalmente, por la toma de conciencia en la tenencia responsable de animales de compañía, además de las evidentes bondades de la adopción.Los particulares podemos asociarnos y organizarnos para buscar e implantar soluciones efectivas, pero en ningún caso podemos suplantar a la Administración, que tiene la obligación de velar por la salud y el bienestar de los animales de compañía. La realidad es que, a día de hoy, la protección jurídica de los animales se diluye en un conjunto disperso de leyes, reglamentos y recomendaciones que la Administración central y las Comunidades Autónomas han ido produciendo de forma errática y arbitraria, cuyas violaciones son sancionadas de forma dispar y en lo único en que coinciden todos estos estamentos es en que apenas se esfuerzan por hacer efectivo su cumplimiento.
Ya ha llegado el momento de exigir responsabilidades a quienes sólo actúan de oficio cuando hay votos u otro tipo de intereses espurios de por medio y reclamarles, exigirles, que honren las instituciones que representan en nuestro nombre y el compromiso que han adquirido. Las campañas de sensibilización han influenciado notablemente a la Sociedad, pero las iniciativas privadas –generalmente sin ánimo de lucro- carecemos de los recursos, del músculo y la ubicuidad del Estado. En él hemos delegado todos y cada uno de nosotros nuestra potestad en virtud del contrato social. Por tanto, corresponde a la Administración la tarea de educar, concienciar y sensibilizar a la población en esta materia, como le corresponde ocuparse del bienestar de los animales abandonados y sancionar leyes únicas para todo el territorio nacional, velando por su cumplimiento con diligencia y contundencia.Hay una gran voluntad de cooperación, centenares de iniciativas en marcha y cientos de miles de voluntarios en ello… La solución ya está en marcha. Somos muchos los que llevamos años trabajando, de una u otra forma, en pro de la adopción y combatiendo el abandono. Sí, el abandono de animales tiene solución, pero la Administración debe acompañar la iniciativa privada, máxime cuando se trata de una responsabilidad suya.
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